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Tu voz - Parashat Hashavua

 Jayie Sará  - Las melodías

7/11/2012

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Ethel Barylka, Maale Adumim, Israel 

La lectura semanal inicia con estas palabras: “Y fue la vida de Sara ciento veintisiete años. Estos fueron los años de la vida de Sara. Y murió Sara en Quiryat-Arbá, es decir, Hebrón, en la tierra de Canaán, y Abraham entró a plañir a Sara y a llorarla” (Génesis 23), sin embargo allí no se habla de la vida de la matriarca  sino más bien su muerte.   Poco más adelante leeremos acerca de la muerte y sepultura de Abraham: Estos fueron los años de la vida de Abraham: ciento setenta y cinco años.  Abraham expiró, y murió en buena vejez, anciano y lleno de días, y fue reunido a su pueblo (25:7-8). La muerte de Sara fue la piedra basal de lo que sucederá en la familia y en el pueblo,  después de su partida. Su presencia y su figura se hacen más evidentes en su ausencia. Itzjak, no puede consolarse en su dolor por la muerte de su madre, hasta que encuentra a Rivka y la lleva a la tienda de Sara. Pero, su consuelo no llega por que tomó a una mujer sino por el amor que sintió por ella. “Entonces Itzjak la trajo a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rivká y ella fue su mujer, y la amó. Así se consoló Isaac después de la muerte de su madre” (24:67). El amor es su consuelo y el amor es su guía. Ese mismo amor le lleva  a la reconciliación con su medio  hermano Ishmael   que se produjo recién después de la muerte de Sara y antes que ambos sepultaran juntos a Abraham.   La Torá nos dice que “Itzjak había venido a Beer-lajai-roi, (donde residía Hagar la madre de Ishmael) pues habitaba en la tierra del Neguev” (24:62), y según varios exégetas lo que buscaba era interceder entre su padre y quien fuera su esposa, para volver a unirlos. Según muchos intérpretes, logra de esa manera reparar lo que sufriera la concubina de Abraham, cuando fuera expulsada. Itzjak  se vuelve empático con el dolor de Abraham en su viudez y por el amor que sentía por Hagar. Los dos niños separados por sus padres y por sus madres, pueden reunirse y encontrar una nueva manera de comunicarse entre sí. Están elaborando el trauma que ambos sufrieran en su tierna juventud. Itzjak busca a Ishmael y éste acepta su prevalencia en la familia.   “Y sus hijos Itzjak e Ishmael lo sepultaron en la cueva de Macpela, en el campo de Efrón, hijo de Zohar heteo, que está frente a Mamre” (25:9). El matrimonio de Isaac inicia entre la muerte de sus padres. Por su intermedio se echan las clavas de la nación naciente. Ya poseen un lugar de sepultura, que simboliza su posesión del terreno y de su deseo de establecer allí fijamente.  Y allí, Itzjak, el sucesor funda su familia, su futuro, en su tierra, y a sus paisajes. Fue el único de los patriarcas que no abandonará su tierra.  Cuando se enfrenta con Avimelej leemos; “Y sembró Itzjak en aquella tierra, y cosechó aquel año ciento por uno” (26:12). Allí se estableció Itzjak y de allí no se fue hasta su muerte. Itzjak sale al campo a elevar sus oraciones, continuando lo que había hecho su padre al estipular la oración matinal, él, fija la vespertina.  “Y por la tarde Itzjak  salió a meditar al campo; y alzó los ojos y miró, y he aquí, venían unos camellos” (24:63). Para Itzjak el campo, la tierra que trabajaba, es el espacio de su espiritualidad.  Hombre de la tierra convierte su lugar dialogal con seres humanos y con el Eterno.

La brisa del sur de Israel acaricia al trigo, cuando en el atardecer, Itzjak irrumpe en sus plegarias y como en la canción de rabí Najman, “toda hierba tiene su canto, y de las canciones de la grama, se hace la melodía del pastor”...  “Es muy bueno rezar y hablar delante de D-s en el campo, entre las hierbas y los árboles, pues cuando el hombre dice allí una plegaria, toda planta penetra en su Tefilá, estimulando y apoyando sus palabras”.

Si tuvieras el privilegio de escuchar todas las voces de las melodías y alabanzas de las hierbas, cómo cada una de ellas canta al Altísimo. ¡Qué hermoso y agradable poder escucharlas, sin la interferencia de pensamientos extraños y sin esperar ninguna recompensa!

La oración, ya dijeron los sabios del Talmud, es el servicio a D-s que se hace con el corazón.

    

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