Ethel barylka, Israel
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Ethel Barylka, Israel
El judaísmo a diferencia de otras visiones, no es solo una fe abstracta, sino que nos exige acciones concretas como forma de manifestar nuestra creencia y nuestra identidad. Aun así, encontramos preceptos que se vinculan puramente al área emotiva, cosa de por sí poco clara ya que no se puede preceptuar el sentimiento ni la reacción emocional o psicológica de los seres humanos. En la parashá de Kedoshim dice la Torá: “Y cuando viva contigo un extranjero… lo amarás como a ti mismo” (Vaikrá 19:33-34) y antes que eso en la misma parashá “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Vaikrá 19:18). En el libro de Devarim encontramos “amarás a .A. tu Dios, con todo tu corazón…” (Devarim 6:5). En los tres contextos percibimos el tema del amor, y es probable que la relación entre ellos no sea solo de forma sino también de fondo. Es conocida la expresión de Rabí Akiva acerca de que “Amarás a tu prójimo como a ti mismo, es una regla básica en la Torá” (Safra, Kedoshim), expresión muy bonita pero ininteligible. Aparece Hilel, siguiendo a Rabí Akiva y nos explica por la negación “Lo que es odiado por ti, no se lo hagas a los demás. Esta es toda la Torá y lo demás ve y estúdialo” Tratado de Shabat 31 a. Parecería que el amor que se nos exige es bastante pasivo y menor, o sea, evita hacerle a otro lo que no quieres que te hagan a ti. O en términos modernos “mis derechos terminan donde comienzan los tuyos”. Cuidemos una vida honorable de respeto mutuo, y así podremos mantener una razonable sociedad humana. No hay por que despreciar esta visión ya que para poder llevarla a cabo se nos exige esfuerzo y renuncia, autocontrol y el poder dominar nuestros deseos e instintos. Este amor, nos exige una elección permanente, la puesta en práctica del libre albedrío que nos fue dado para el cumplimiento de una meta suprema “y escogerás la vida y vivirás tú y tu descendencia” (Devarim 30: 19., parece que sin elección no hay posibilidad de vida. Pero hay otra visión que no es sólo abstenerse de la acción negativa, sino ser activos y enérgicos. Un amor que no es sólo respeto mutuo sino que enuncia también un sentimiento de cercanía como lo formuló Maimónides: “y amarás al prójimo como a ti mismo, todas las cosas que quieres que te hagan a ti, tu hazle tu a tu hermano… (Normas del Duelo 14, 1). No es suficiente el autocontrol, es necesario la acción constructiva. Tanto de una manera o de otra, corremos el riesgo de comprender el mandato de manera utilitaria: ‘yo te haré y tú me harás o yo no te haré y tú no me harás’. El final del versículo “amarás a tu prójimo como a ti mismo” nos señala una dirección diferente y los otros dos mandatos de amor nos ayudan a entender una dimensión más profunda, más espiritual, mas divina del asunto. La Torá no se conforma con el amor al prójimo sino que enfatiza el amor al extranjero, al extraño, al otro, a aquel que aún si ahora es parte del pueblo continúa siendo extraño a los ojos de muchos. Ese hombre o mujer que viven contigo. La Torá nos exige igualdad total. “Habrá una misma ley para vosotros; será tanto para el forastero como para el nativo; porque yo soy .A., vuestro Dios”. La validez del amor no deriva de la utilidad del mismo, o de la ganancia que puedes obtener de él, sino del “Yo soy el Señor vuestro Dios”. “Por el amor que demostréis al extranjero sabréis que yo soy Dios” dice R. Shimshón Rafael Hirsh, y continua: “en el respeto y el amor al extranjero es puesto a prueba vuestro amor a Dios”. De acuerdo a R. Hirsh el amor al extranjero es la prueba de fuego de la sociedad. A través de él se mide su fortaleza moral, su fortaleza judaica, su fe y su amor a Dios. “El amor al extranjero que entra bajo las alas de la Providencia, incluye dos preceptos positivos: uno el amor al prójimo, el otro el amor al extranjero. Nos ordenó el amor al extranjero como nos ordenó el amor a El mismo. Y amarás a Dios…” Rambam Hiljot Deot, 6, 5 |
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